Hacia El Primer Encuentro Mundial de Ignorares

lunes, 25 de octubre de 2010

LA BENDICIÓN

Me gusta este sol de la tarde, que me va llevando con los recuerdos hasta aquel pueblo que el petróleo inventó y en donde tú naciste, ¡¡troya y me lambo el Corazón!! ¡¡troya y me le monto en pelo a la Vieja goya!! ¿cuatro quiñe? lo llevamo y lo traemo ¿a dónde? hasta la casa del americano. A veces parecen pendejos los recuerdos, pero son. Como le pasan a uno las vainas, mi hermano querido. ¿Quién lo iba a pensar?, tú, tan carajito, cazando potocas por esos rastrojos, te fuiste sin decirle nada a nadie, con la madrugada colgada en la espalda y la bendición de la vieja metida en el mapire, buscando el sendero que en el mitin dibujaron.

Y siempre te lo dijeron, pero tú nunca le hiciste caso a nadie, eras así; no sé como, eras raro, no eras como los demás, y a lo mejor era por eso.

¿Te acuerdas de la primera vez que te mataron? ¡claro que te acuerdas! ese día la vieja lloró mucho y nos obligó a todos a ponernos luto, y ya cuando nos estábamos acostumbrando a no tenerte, te apareciste. Entonces nos acostumbramos a tu muerte, te fueron matando de pueblo en pueblo y fuimos conociendo lugares remotos, en madrugadas nerviosas, entre cuchicheos apurados y ojos que miraban a un fantasma que no daba miedo sino que relataba historias de cosas vistas y de muertos y de vivos importantes y ¡claro! también nos fuimos acostumbrando a los extraños visitantes de la noche que llegaban en tropel con los gestos que no eran de hombre, que preguntaban por todo y por todos pero más por ti; y la vieja, con el sueño nervioso llamándola a la cama le contestaba siempre lo mismo: «él no está aquí», «hace mucho que se fue, y nadie sabe de él». Pero mentira, nosotros todos sabíamos y era nuestro secreto más importante; algo así como cuando tenemos nuestra primera relación amorosa y queremos gritarla, pero no podemos.

Hace ya tanto tiempo de estos recuerdos que aún hoy me siguen llamando y vuelvo a verte frente a ella, sentado en torno a la mesa de planchar, escuchando con los ojos aquellas historias de pueblos inventados que se volvieron fantasmas; cuentos de pueblo que un día cualquiera, un Marcelino Cedeño le clavó unos cuatro palos y le construyó un rancho para vivir o para «mal vivir», como ella decía. Mientras nosotros nos dormíamos, tú seguías ahí, preguntando y escuchando de Juan Cuba y a lo mejor fue en una de esas noches que te fuiste, sin tiempo para planchar la ropa, y seguro que ella no dijo nada.

¡Pancho jolo... jolo yo!; y sigo nadando en este río de recuerdos en donde fuiste a buscar el mar y lo cruzaste para estar en medio de una guerra que no inventaste, y como cualquier quijote marchaste en defensa de la idea, ya no te acordaste de nuestro río o mejor dicho, lo hiciste más grande, hasta que nos llegó la noticia en una mañana de rayos de sol que penetraron por la puerta contando partes de guerra que hablaban de muertos y de vivos importantes que no mueren nunca, y que se le van metiendo a la gente hasta los huesos.

Ahora contemplo a la vieja en esta mesa de pan y sardina, y con los ojos me va rezando la misma bendición de hace treinta años.

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