Hacia El Primer Encuentro Mundial de Ignorares

lunes, 25 de octubre de 2010

EL VELORIO

A decir verdad, yo me sentía incómodo en aquel velorio, nunca me había sentido así, a pesar de que aquel velorio era como todos los velorios que se realizaban en mi tierra y que a mi me gustaban tanto, y la verdad es que yo no sé por qué. Yo sé, que hay gente a quien no le gustan los velorios, pero van a todos y todos los velorios de pobres son (a pesar de la tristeza que embarga a la familia) alegres, es decir, adentro, en la casa, se llora con dolor verdadero al muerto, pero afuera uno se divierte a más no poder, sobre todo en mi pueblo que hay grandes contadores de cuentos y chistes, además de los variados juegos de barajas, la botella, el sancocho y otros que ya no recuerdo, en donde la gente pasa sus nueve noches acompañando al muerto y a sus familiares después.

Bueno, como le decía yo me sentía un poco mal, acostado dentro de aquella urna, que en honor a la verdad era una urna para pobre, pero que mis parientes y amigos habían tratado de que fuera la más fina, cosa que les agradezco, aunque uno muerto es poco lo que puede agradecer. Yo miraba a todos los que estaban alrededor de mi urna y hasta me daban ganas de reír al ver que hasta la vieja más chismosa del barrio (la cual más de una vez habló mal de mí) le decía a mis familiares: «Ay pobrecito, tan bueno que era él, que Dios lo tenga en su gloria» hay que ver que hay gente bien hipócrita en este mundo.

Cuando estaba pensando en lo hipócrita, que era la chismosa, entró «él», se le veía un poco triste, «él» mi amigo, mi querido amigo.

¡Cuántas veces fuimos al río cuando pequeños, y como gozábamos bañándonos! Recuerdo la vez que fuimos a las seis de la mañana antes de irnos al liceo, ese día estaba crecido el río, pero nosotros muchachos al fin, no le teníamos miedo, además teníamos fama de buenos nadadores, pero ese día cuando nos tiramos el primer clavado y salimos a la superficie, los dos a la vez miramos una caja que flotaba en medio de la corriente, en principio nos alegramos e inmediatamente yo me lancé a buscar la caja, la agarré, entonces le dije: «Agárrala que te la voy a tirar» y se la lancé, cuando él intentó agarrarla, la caja desapareció en medio de las aguas café con leche del río, en seguida nos lanzamos hasta el fondo, pero por más que buscamos no la encontramos, nos vimos y en nuestras caras se reflejó el temor, los dos estábamos pensando en lo mismo: era un encanto del río que nos anunciaba algo malo. Salimos de sus aguas, nos pusimos nuestras ropas y sin decirnos nada echamos a correr por todo el camino que conducía a nuestras casas. Desde ese día perdimos la costumbre de irnos a las seis de la mañana al río. Pero esta es una de las muchas cosas que hicimos juntos, cuando peleábamos siempre lo hacíamos en pareja, casi nunca perdíamos. Para limpiar zapatos, siempre partíamos por la mitad, es decir, para todo era como si fuéramos uno solo, es más, la gente nos creía hermanos. extrañamente nos parecíamos.

Así transcurrió el tiempo hasta que crecimos y cada uno empezó a hacer sus propias cosas, cada uno tenía su novia, trabajábamos por separado, casi no nos veíamos, sólo los sábados en una esquina en donde nos dedicábamos a contarnos nuestras cosas, echándonos una cerveza y recordando tiempos pasados. A eso en verdad se reducía nuestra amistad, pero yo sabía que él era mi amigo de siempre en el cual yo podía confiar y pienso que él pensaba lo mismo. Tan es así que un día en que estábamos tomando una cerveza en una esquina del barrio él me dijo: mira, vale, quiero decirte algo, y yo le dije: dime pues, ¡que! ¿te vas a casar? le agregué en forma de broma, entonces él me dijo: No vale, lo que pasa es que me voy a meter a policía, tú sabes, yo no gano mucho donde estoy, además no tengo un oficio y tú sabes... yo lo miré extrañado y hasta me dio lástima, pero en verdad no podía creerlo, él de policía, acaso no se acordaba de las veces que nos había corrido la policía por estar robando mangos y patines en las quintas de los ricos, no se acordaba del día en que nos agarraron, nos dieron rolazos y después nos llevaron al comando, allí nos humillaron poniéndonos a limpiarle los zapatos a varios policías.

No, no podía ser posible. A mí en verdad no es que no me gustaba la policía, pero a esa policía que yo conocía la aprendí a odiar y no por gusto, él tenía que saberlo, ¿por qué no se buscaba otro trabajo? decía yo, cuando el me sacó de mis pensamientos, diciéndome: «Y bueno, ¿qué te parece?». «Bueno vale, la verdad es que...» pensé un momento, no sabía como le iba a caer lo que yo le diría, pero tenía que decírselo, me tomé otro trago de cerveza y le dije: «a mí en verdad no me gusta nada la idea, y tú sabes mejor que yo el porqué. A mí no me gustaría tener un amigo en la policía». El argumentó y yo le contradije, la discusión se tornó acalorada y fue entonces que yo le dije: «Mire compadre, no es que estemos entre palos, pero si usted se mete a policía, conmigo no cuente como su amigo, yo lo seguiré tratando como siempre, pero no va a ser la misma confianza ni el mismo cariño y usted sabe que a mí me duele que jode, porque usted ha sido uno de mis mejores amigos». El trató de calmarme diciéndome que eso no podía ser así, que teníamos que seguir siendo como antes.

En serio, me sentía mal, nunca antes me había sucedido una cosa así, yo ya no le escuchaba, en eso, llegaron otros amigos, cambiamos de tema, recuerdo que nos tomamos otras cervezas, no sé cuántas, lo cierto es que llegué mareado a mi casa y me acosté.

Así fue pasando el tiempo, a veces nos veíamos y nos saludábamos, yo ya sabía que él trabajaba en la policía, pero la cosa no era como antes, es verdad que a veces nos parábamos a hablar; pero nunca tratábamos el tema.

Yo por mi parte me había dedicado al trabajo sindical.

Un día fui nombrado delegado por mis compañeros de trabajo, ese día me sentía feliz, pero sabía que tendría más responsabilidades, pero eso me gustaba, luchaba por mejoras para mí y mis compañeros de trabajo. En realidad me sentía muy bien.

Ese día llegué temprano a mi casa, me bañé y me vestí, comí y salí a la calle, me paré en la esquina en donde siempre nos parábamos algunos amigos después que llegábamos del trabajo, del liceo, y uno sólo que iba a la Universidad, y que no le daba pena pararse con nosotros en la esquina, como siempre lo había hecho desde muchacho, porque debo decir que había algunos que no se reunían como antes, no sé por qué, quizá era porque les daba pena o no sé.

Cuando él llegó yo estaba solo y lo primero que se me ocurrió fue contarle que me habían elegido delegado en la fábrica, cuando le dije, cónchale vale sabes que... en ese momento me acordé y me callé, pero él se dio cuenta que quería decirle algo y me dijo: ¿qué me ibas a decir? y yo le contesté: ah, bueno, lo que pasa es que no quería decírtelo, pero mira mañana hay una fiesta en casa de fulana, pero tú sabes, yo ando pelando y quería saber si tenías una chaqueta más o menos para que me la prestaras... él se quedó un rato pensando y luego habló. «Qué va chico, no tengo, si no, tú sabes»; bueno no importa le dije y seguimos hablando de otras cosas comunes y corrientes.

¿Qué me había pasado? ¿Por qué no se lo había dicho? Nada podía pasar y era verdad, él se hubiera alegrado, me hubiera felicitado y hasta me habría brindado una cerveza, que hacía tiempo que no la tomábamos juntos, sin embargo, yo, rápido, olvidé el asunto y los días siguieron pasando.

Yo, lo sigo viendo, él está aquí conmigo, se ve triste. ¿En qué pensará? ¿Pensará en lo de ayer? Si, lo más seguro es que piensa en lo de ayer. ¡Que día! Creo que lo recordaré toda mi muerte, como si fuera ayer, todo lo teníamos preparado, hacía una semana estaban las pancartas listas, los cartelones se habían pegado, las «pintas» se habían «tirado», los volantes y los comunicados anunciando la marcha se habían repartido, todo había funcionado, pero ayer en la mañana cuando salimos del sindicato, permiso de la marcha en mano, todas las brigadas de orden funcionando, todos bien formados para evitar desorden comenzamos a gritar nuestras consignas, todo lo que pedíamos eran mejores condiciones de trabajo, mejores salarios, ya habíamos tomado la avenida; era un hormiguero de gente de todos los colores, distintos uniformes, distintas pancartas, y, esa mañana, con ese sol, ¡qué sol! provocaba estar en el río bañándose y no manifestando. Pero así debía ser, era así como podíamos conseguir lo que nos pertenecía, creo que habíamos avanzado un buen trecho, nuestras voces se escuchaban roncas pero potentes. De pronto los vimos, eran ellos, con sus uniformes, sus escudos y sus bombas, y sus pistolas y sus «fales», estaban parados frente a nosotros a prudente distancia, luego un oficial ordenó detener la marcha, uno de nuestros dirigentes salió a parlamentar con ellos, no sé de qué hablaban pero nuestro compañero se veía muy molesto, algunos grupos empezaron a vocear una consigna, lentamente se fue haciendo general, parecía una sola voz, un coro de orquesta: las calles... son del pueblo... no de la policía... Nuestro compañero le señalaba el papel al policía en donde constaba que teníamos el permiso para la marcha, pero el oficial se retiró, los rostros sudorosos y ansiosos esperaban una respuesta, nuestro compañero se montó encima de un carro y desde allí se dirigió a los manifestantes: «Tenemos permiso... vivimos en un país en donde deben ser respetadas las libertades porque así lo pregona el gobierno». Su voz se escuchaba vibrante en medio de aquel torrente humano que a medias escuchaba. Compañeros, debemos decidir, la razón nos acompaña...Debemos llegar hasta el Ministerio del Trabajo, el permiso está conseguido... De pronto se escucharon disparos, la gente gritó desesperada, nosotros tratábamos de calmarlas, pero se hacía casi imposible, la impotencia era todo en aquella masa humana que antes de huirle a los policías parecía correr en contra de un destino que hace mucho tiempo les hostiga y persigue. La policía repartía rolazos a diestra y siniestra al que lograba alcanzar, mientras que los disparos se continuaban escuchando, algunos grupos lograron organizar barricadas en carros o autobuses que ardían, o en los edificios en construcción, la lucha era desigual, los policías tenían las armas, nosotros el coraje de un pueblo con tradición de guerrero, eso, más las piedras y botellas que se recolectaban era todo lo que teníamos para defendernos; así estuvimos mucho tiempo, no recuerdo cuánto, yo estaba en aquel grupo de hombres sudorosos y bravos, en el momento yo me sentía valiente, pero a decir verdad por dentro me cosquilleaba el miedo, nunca había visto ni estado en cosa igual, era la primera vez y la última porque en ese instante llegó. Me quedé donde estaba, la sentí entrar en mi cabeza como un rápido y extraño corrientazo, luego caí, estaba muerto.

Pero es necesario decir, quién fue el que disparó... Fue él, sí, fue mi gran amigo, yo lo vi antes que a la bala, yo sé que él se hubiera aguantado si antes se hubiera dado cuenta de que era yo, de eso estoy seguro.

¡Espere!, afuera escucho un murmullo, hay mucha gente, ah ya sé, me van a enterrar, ya no lo veo más, ya me sacan en mi urna, afuera llueve, una lluvia lenta y fastidiosa, ahora escucho retumbar un disparo. Para mañana habrá un nuevo velorio, el de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario