Hacia El Primer Encuentro Mundial de Ignorares

lunes, 25 de octubre de 2010

EL CUENTO DE LA GENTE QUE VIVIO FELIZ EN UNA OREJA

Este era un pueblo como los pueblos que pinta Antonio Padrón, un pueblo, como San Diego, todo lleno de colores, un pueblo como todos los pueblos que tiene Venezuela, ¿Cómo les digo?; bueno, era un pueblo que siempre estaba lleno de sol y cuando llovía, los pájaros, la gente y todo el mundo se alegraba y se salían de las casas y se ponían a bañarse y todos los muchachos y muchachas abrían las bocas para que las gotas de agua se les metieran por todo el cuerpo y los terminara de llenar de alegría, así vivía aquella gente en aquel pueblo que no era más grande que un cuadro de Cristóbal Ruiz que los hace chiquiticos para que los colores y el sol no se le pierdan nunca.

Hasta que un día llegó una gente que no era de porai y sin decirle nada a nadie se llevaron la tierra; los ríos, los animales y las matas y los dejaron íngrimos y solos con una llorería tan grande que se escuchó en lo más profundo del universo. Mientras ellos lloraban, en el otro lado del mundo estaba sentado a la orilla de un camino un hombre que era chiquito, flaquito y con una cabecita como del tamaño de una fruta de capacho pero con unas orejas tan grandes que con una sola de las orejas podía escuchar todos los ruidos del mundo y no sólo eso, sino qué podía escuchar nítidamente todas las conversaciones de las personas en todas las partes del mundo, y más, podía diferenciar simultáneamente varias conversas y no importaba que fuera en cualquier idioma: wuayunaiki, hebreo, italiano, yanomami o wuarao. Su oreja era tan prodigiosa que los había aprendido de tanto escucharlos y lo que más le gustaba eran los cuentos que toda esa gente echaba y con los cuales se divertía mucho. Fue por eso que estando sentado a la orilla de aquel camino pudo escuchar el llanto de aquella pobre gente que se había quedado íngrima y sola con su solo llanto, entonces él pensó: si con una sola de mis orejas puedo escuchar todos los cuentos del mundo y todas las conversaciones y todos los chismes entonces pudiera ser que yo ayudara a esa pobre gente, y así lo hizo. Se fue caminando hasta donde vivía esa pobre gente y les dijo: «como ustedes no tienen tierras yo les ofrezco mi oreja para que ustedes siembren en ella todo lo que quieran». Entonces, la gente se contentó y empezó a trabajar en aquella oreja. Después que la prepararon empezaron a sembrar toda clase de semillas y sembraron papa, ñame, ocumo, plátano, naranja, cambur y todo lo que necesitaban para vivir, después que tenían todo sembrado se sentaron a descansar y en eso fue que se percataron y se dieron cuenta que en el pueblo no había río, y tristes, le dijeron al hombre chiquito que con qué iban a regar toda aquella tierra sembrada, entonces él contestó: «No se preocupen agarren uno de mis cabellos y colóquenlo encima de la oreja y frótenlo» así hicieron, en eso comenzó a salir agua de aquel cabello hasta que se formó un gran río con muchos ramales que fueron regando todo el sembradío y en cada uno de los ramales fueron naciendo peces de muchísimos colores que, como siempre estaban muy contentos, se la pasaban jugando y brincando, formando una gran ardentía que a la gente le gustaba mucho, y como todos eran pintores cada uno los pintaba como mejor les parecía pero como la oreja del hombrecito era demasiado grande éste les dijo a la gente: «Han cultivado parte de mi oreja pero todavía me queda otra parte ¿qué podemos hacer con ella?», entonces un muchachito que estaba ahí dijo: «¿por qué no criamos animales?» y así fue, trajeron de todas partes muchos animales: chivos, vacas, ovejas, venaos, tigres, lapas, chigüires y todos los animales que habían y los echaron en la oreja. Cuando se sentaron a descansar el hombre volvió a hablar y dijo: «ya tenemos frutas y animales y río pero todavía me queda una parte de la oreja en la cual podemos hacer otra cosa y otro niño que estaba escuchando dijo: «y por qué no hacemos un lugar en donde los abuelos nos echen cuentos y nos enseñen» entonces la gente, que siempre escuchaba con mucha atención lo que decían los muchachos se pusieron a construir un caney. Desde entonces todas las tardes, todos los pueblos del mundo escuchan la risa alegre de aquella gente que en una sola oreja viven felices porque como el hombre chiquito es muy caminador los lleva a pasear por toda la bolita del mundo, sin que nadie les diga nada ni les robe sus tierras, sus matas, sus animales y mucho menos sus sueños.

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